El proceso de identificación.- (y 2)
Todos tenemos algún “producto” (un aroma, una melodía, una escena de una película, una frase de una novela...) asociado a hechos importantes de nuestra vida (un amor, una mejor manera de vivir, nuestra infancia…) Este proceso ocurre en breves instantes aunque, a veces, puede tomar algún tiempo y cuando “ese objeto” es capaz de evocarnos un afecto placentero inconscientemente deseamos adquirirlo; por eso, cuando un cliente demanda un producto o un servicio es porque se ha establecido, además, algún tipo de identificación entre su demanda y nuestra oferta, lo cual nos asegura que ya tenemos, al menos, el 50% de probabilidades de éxito, dependiendo el otro 50% de la relación intersubjetiva que se establezca entre profesional y cliente.
Esta intersubjetividad rige la transacción, ya que es ese toque afectivo y de tolerancia lo que todo cliente busca cuando entra en un local y es lo que le hace volver.
Cuando el proceso de venta no está cordialmente humanizado a través de la identificación, se convierte en un acto frío y distante que levanta una barrera psíquica entre cliente y vendedor.
Muchas ventas se producen porque se genera una rápida afinidad, entre el vendedor y el cliente, el cual, busca afianzar su confianza intentado encontrar algún tipo de familiaridad en el profesional. Cuando esto no ocurre, directamente se dirige a otro vendedor o cambia de establecimiento. ¡Cuantas veces no hemos vuelto a pisar un restaurante, una peluquería, una librería simplemente por que no nos agradó el trato que nos dieron!
A esta circunstancia se le puede añadir otra dificultad cuando el deseo es no trabajar.
El deseo por el trabajo es la manifestación de una necesidad personal que nos impone nuestro principio de realidad. Pero desear únicamente la satisfacción de las necesidades, deja de ser un deseo para ser una sutileza de la necesidad, que, una vez satisfecha, paraliza al sujeto en cualquier actividad -laboral, sexual, afectiva-, haciéndole víctima del principio del placer. Sólo podemos hablar de deseo cuando el sujeto trabaja para ser una función (o sea, quien realiza la tarea concreta) al servicio de su posición (ese concreto lugar de trabajo).
Por tanto, la función es la tarea concreta que realiza, y el lugar es la posición como trabajador.
Si el deseo está puesto en desear ser la función, los límites de la productividad se amplían enormemente, así como la capacidad de generar una producción, directamente proporcional a la capacidad productiva deseante.
Cuando esto ocurre, los mecanismos inconscientes del principio del placer quedan transformados, al trabajar para el más allá de dicho principio. Ahora, el trabajador tendrá otro principio de realidad distinto y si no pone límites ni a su productividad ni a su ganancia, generará plusvalía.
Un trabajador que trabaja única y exclusivamente para un principio de realidad básico, por regla general, no va a tener interés en desarrollar todo su potencial dentro de la empresa. Estas actitudes contrarias a su crecimiento y al de la empresa, con toda seguridad, ponen de manifiesto que tampoco va a desear mantener una actitud afectiva y cordial con los clientes, sujetos psíquicos como ellos, muy sensibles a las actitudes afectivas y emocionales que se les muestra. ¿Cuantas veces no hemos vuelto a pisar un restaurante, una peluquería, una librería, simplemente por que no nos agradó el trato que nos dieron?, y siendo así, ¿qué nos hace suponer que un trabajador desea el crecimiento de la empresa si no desea el suyo propio? Cuando el trabajador desea el crecimiento empresarial, desea a la vez su propio crecimiento; es este un proceso que cuando acontece, lo hace de modo simultáneo.
Los trabajadores perezosos trabajan regidos por la ley del mínimo esfuerzo, es decir, trabajan para el principio del placer y el principio de realidad de sus necesidades más elementales y no ponen su deseo en sostener a la clientela para que mantenga su fidelidad. Les da igual que el cliente se vaya o se quede. Su indiferencia es captada inmediatamente y su falta de atención les hace cometer equivocaciones, lapsus, o conductas despreciativas que culminan en que el cliente se vaya debido al mal trato recibido. Y es que la desidia y la falta de deseo de un trabajador por su trabajo o por el buen funcionamiento de la empresa, acaba matando la relación con el cliente.
A menudo, los empresarios desconocen las causas que hacen que su negocio no prospere, porque no tienen en cuenta que el fracaso de las relaciones afectivas entre los clientes y los trabajadores, puede ser debido a problemas afectivos personales de estos últimos. Ya lo dijimos: Cuando uno se desprecia a sí mismo o a la vida, con toda seguridad, extrapolará dicho sentimiento al entorno que le rodea: familia, amigos, empresa Jefe y compañeros de trabajo.