Los dolores de cabeza: (1)
Toda una serie de sensaciones corporales dolorosamente desagradables, que de ordinario se tratan como trastornos orgánicos, son de origen psíquico o tienen interpretación -psíquica-.
Existe toda una serie de vivencias que pueden ir acompañadas de una sensación física; por ejemplo, la sensación de una punzada en la zona del corazón (se me quedó como una espina clavada en el corazón), o un dolor en el rostro (como una bofetada), o en la garganta (es que no lo trago), o lo mismo en los genitales o en la zona del estómago o en el interior de la boca (como una patada en cualquiera de estos sitios). Son dolores con frases que los representan.
El dolor de cabeza, en muchos casos, se ha de interpretar inequívocamente como un problema… mental, algo del estilo de la frase: No se qué tengo en la cabeza... que no me deja…en paz. La experiencia analítica sobre todas, ha mostrado y demostrado que el dolor aflojaba hasta desaparecer según se resolvía el problema correspondiente. Sensaciones en el cuello, en la garganta, suelen ir paralelas a un pensamiento de tipo: me lo tengo que tragar; y estas sensaciones dolorosas emergían a raíz de una ofensa recibida sin posibilidad de protesta (por ejemplo ante una reprimenda injusta o excesiva por parte de un superior o de alguien más poderoso); lo cual demostraba, de nuevo, que había relación entre el síntoma y la historia de la vida del sujeto. Esto es, el sujeto crea por simbolización, una expresión somática para una representación (imagen del recuerdo de la situación) saturada de afecto.
Hay un discurrir paralelo entre sensaciones y representaciones, unas veces la sensación es la que despierta a la representación como interpretándola, y otras veces es la representación la que simboliza a la sensación, dándole cuerpo.
Todas estas sensaciones e inervaciones pertenecen a una expresión de las emociones plena de sentido. Esas expresiones verbales que parecen metáforas, poseen muchas veces, justamente, un intenso sentido literal. Es menos individual y arbitrario de lo que se suele creer, producir simbólicamente una expresión somática que en realidad representa a un afecto. No es extraño que expresiones como ponerse rojo de vergüenza, verde de envidia, pálido de ira, sin color -lívido- por un susto, o seco -sin sangre en las venas- por una sorpresa..., sean giros cuyo origen se pierda en la prehistoria del lenguaje, es decir, que se deban a una observación a veces consciente y a veces no, pero sistemáticamente comprobada, del fenómeno humor-color, durante cientos de años, hasta transmitirlo como saber empírico, como experiencia contrastada por la ley del acierto error.
Es posible que en sujetos nerviosos pero también en otros no nerviosos, se reaccione a un afecto con una señal de alerta o de peligro, como un semáforo en rojo, por ejemplo, contrayendo un eritema -mancha encarnada en el cuello, pecho y rostro o en cualquier otra parte del cuerpo-, puesto que esa reacción está condicionada por representaciones inconscientes que quieren acceder a la conciencia, y no encuentran otra forma más que esa.