El amor, el deseo, lo real imposible y la palabra -el significante vacío-. (I)
Tan independientemente inseparables como dos líneas paralelas... son el amor y el deseo. Por una parte no hay amor sin mancha de deseo. Po otra, el deseo referencia al amor.
El amor es imposible de satisfacer, por ese aspecto suyo: lo insaciable del amor, para él todo es poco y la entrega ha de ser absoluta.
Y el deseo es imposible de satisfacer porque en cuanto es satisfecho, desaparece. Su satisfacción supone su aniquilación, su desaparición, y la desaparición del deseo supone la muerte: sin deseo de vivir no hay vida.
Es un drama del hombre, -humano-. Que su deseo tenga la característica de ser deseo insatisfecho, deseo siempre por alcanzar e imposible de ser alcanzado, y que si es satisfecho supone su destrucción, la destrucción del poseído por ese deseo. Un deseo nos posee y somos marionetas en sus manos, aunque no lo sepamos, da igual.
En cuanto al amor, decir: que para ser amado hay que amar; que sin amante no hay amado. Primero será amar sin esperar nada a cambio, y ya después será ser amado. Si uno se muere por ser amado, se muere... a no ser que, antes, ame. Y esto es así, lo sepa o no. Lo quiera o no lo quiera, el que quiera ser amado.
No es que se ame a los niños al nacer, exactamente. Exactamente es, que al nacer, el bebé está absolutamente indefenso, tan al borde de la muerte que si alguien no le cuida muere irremisiblemente. Solamente vive cuando alguien, la función paternal, deseó que ese ser no muriera, que pudiera vivir, que pudiera desarrollarse. Es decir, en el principio, antes del amor hubo un deseo, estaba el deseo. Por eso se dice que el amor puro no existe, que el amor tiene la mácula del deseo. El amor puro, el solo amor, es una fantasía.
El Amor es dar lo que no se tiene, a quien no le es necesario, entendiendo por necesidad, lo que no deja de repetirse (como nos muestra la historia a cerca del síntoma).
El amor se sitúa entre lo simbólico y lo imaginario
(Lo imaginario es lo nuestro más privado de todo, lo que a veces, uno no quiere ni confesarse a sí mismo, ni saber nada de ello; menos que menos, a veces, hacer partícipe a otro, y otro, hay que saberlo, siempre es ‘los demás’; esto es así, lo sabemos, porque lo único que el ser humano teme es saber)
El amor es lo que circula en la familia. Un vínculo primordial, el primer vínculo que se aprende. La manera de relacionarnos con los demás, y los primeros ‘los demás’ son los miembros de la familia.
En lo social el vínculo que une no es el del amor, claro que puede haber amor entre los socios, a la empresa común. En lo social lo que hay son pactos, esa es la manera de vincularse que nos une en lo social. No hay empresa humana fuera de la familia que subsista con amor pero sin un solo pacto.
Es lo básico, pero que sea básico no quiere decir que sea sencillo. Los pactos suponen una cierta renuncia, por parte de los pactantes, por ejemplo, algo de libertad se pierde, es inevitable. A esa pérdida se le puede llamar renuncia: Se renuncia a ser libre ‘como un potro en la llanura’. Sin esa renuncia no hay pacto y sin pactos no hay social, todo es familiar, y todo vale por amor, porque nos quieren aunque no queramos: como cuando de pequeños, de recién nacidos, alguien decidió por nosotros que íbamos a vivir, que ese día nos salvaban la vida.
No acceder a un pacto, aunque cueste (dejar un poco de lado la libertad, regularla), supone tener la propia vida en otras manos que no son las propias (como de pequeños), y también supone como mínimo, no poder acceder a algún tipo de intercambio con los demás, es decir, acceder a un nuevo campo, el del deseo.
Para finalizar, decir, no someterse, es otra imposibilidad, en tanto, desde el momento de nacer, ingresamos en el mundo del lenguaje, nos sometemos a la dulce dictadura de la palabra, y desde ese mismo momento, para cada uno y para todos, la cosa nunca será la palabra que la nombra. Por ello es por lo que el deseo siempre está marcado por la alteración. Por que su vía de expresión es, fuera del síntoma, la palabra, órgano hueco, como el concepto, tres, que puede adquirir cualquier significación en el imaginario de quien la escucha (Los tres mosqueteros; los de más...). Por lo tanto, su significado, su sentido para el otro dependerá, como mínimo y en primer lugar, de su posición en el contexto, en la frase, -algo exterior a ella, que la contiene y que ya existía de antes-. Pero ese vacío, de las palabras, esa falta en sí, de sentido único, propio, cambia, en cuanto es puesta en relación con otras palabras, con otros significantes, y ahí es donde adquiere sentido, donde puede significar cualquier significado, lo que sea.
Pues bien entre esos vacíos se introduce el deseo, y por eso decimos que el deseo es errático, errante, y que su destino es errar.
Viene, se sienta entre nosotros,
Y nadie sabe quien será,
Ni por qué cuando dice nubes
Nos llenamos de eternidad.
(Fragmento de Caballero de Otoño, del libro Tierra sin nosotros, 1947, de José Hierro)