CATARSIS
La Catarsis en Grecia era la purificación ritual de lo afectado por alguna impureza... La eliminación de alguna sustancia nociva para el organismo... O de recuerdos que perturban la conciencia.
Entonces, antes de la Interpretación de los sueños, Freud también creía, que la palabra por ser dicha curaba. O sea que cuando el o la paciente llegaba a recordar la escena traumática, al relatarla , al revivirla , se lograba la curación. Por eso se hipnotizaba, se preguntaba a los parientes... lo que fuera para llegar al trauma. Era la cura por la palabra. La talking-cure, cura por la conversación, o como decía ANNA O., cuando estaba de buen humor, la chimney-sweeping, como la limpieza de la chimenea. En esta época, aun Freud no ha conceptualizado ni el Inconsciente, aún piensa en una especie de doble conciencia o conciencia paralela, ni la transferencia. Lo hará poco tiempo después, en 1900, con la Interpretación de los sueños... Cuyas primeras palabras toma de Fausto:
Ya que no puedo conmover a los dioses del cielo
Moveré a los del infierno.
Aportaré la demostración de la existencia de una técnica psicológica que permite interpretar los sueños y que revela cada uno de ellos como un producto psíquico pleno de sentido...
En esta época, los recuerdos se creía que eran almacenados en un apartado de la conciencia (Error). También se creía que lo que decía el hipnotizado era verdaderamente lo que había ocurrido (Error) En esta época no se distinguía aun entre recuerdo vivido y recuerdo fantaseado. Asunto importantísimo. No se sabia aún que los recuerdos de la infancia son reelaborados en la pubertad, y llegan a la conciencia posteriormente como RECUERDOS ENCUBRIDORES, y lo que es también muy importante, que esta actividad es también inconsciente.
Cuando la Reina era la Conciencia, la intención y el deseo prácticamente eran lo mismo. Con el descubrimiento del Inconsciente, o sea, con su formalización como concepto, el Aparato psíquico se estructura DIGAMOS A GROSSO MODO, en 6 partes inter-relacionadas, (1ª Tópica) Yo. Ello. Superyo. (2ª Tópica) Consciente o conciencia. Preconsciente. Inconsciente.
El deseo es una corriente de energía, no está ligada ni a una persona ni a ninguna imagen, ni a ninguna nada. El deseo desea. Y TODO EL MUNDO DESEA DE LA MISMA MANERA.
Desear es una actividad inconsciente. Es el motor de la vida... Y cuando uno deja de desear se muere.
LOS DESEOS SON EFECTO DEL DESEAR.
Estos deseos del Pre-consciente son los particulares de cada uno. Son lo que se suelen llamar los deseos, no es el deseo inconsciente, tiene que ver con él, pero no es él.
martes, 31 de enero de 2012
domingo, 22 de enero de 2012
Parejas temerosas
Dice un conocido filósofo francés, que ‘hay comunicación cuando entre los interlocutores no hay miedo’. Me parece interesantísima esta observación, y muy pertinente. Se puede pensar en muchas esferas de nuestra vida; yo voy a permitirme pensar esta frase en el ámbito de la pareja.
Es muy frecuente que lleguen parejas a consulta movidas por el deterioro comunicativo que se ha instalado entre ellos. Se quejan frecuentemente de que: ‘Ya casi no hablamos, porque en cuanto empezamos, nos ponemos a discutir’. ‘Hemos tenido nuestros problemas, como todo el mundo, pero hablábamos, sin embargo ahora, a la primera saltamos’ y ‘Nuestra intimidad se resiente’.
Muchas veces, esas parejas han recorrido, en el deseo de salvar su relación, varias consultas, donde les han dado una serie de técnicas para reducir la ansiedad que se les genera al enfrentar esas ‘situaciones de encuentro’ entre ellos, que terminan en desencuentro: Nunca interrumpir al otro hasta que haya terminado de hablar; contar hasta diez antes, para no contestarle al otro de mala manera; pensar antes dos veces lo que se va a decir, para que el otro no se lo tome mal, etc. Todo va bien durante un tiempo, un año, luego, recaen. Lo cual indica que muchas veces, muchas personas, psicólogas o no, siguen creyendo o se conforman aceptando que todo lo psíquico pasa por el tamiz de la consciencia, y por tanto, que basta con discernir lo afectivo de lo intelectual para que todo esté en su sitio, o sea, estando por un lado las percepciones, sensaciones, emociones, sentimientos (sobre todo ‘estar bien seguros de vuestros sentimientos, les han dicho), y por otro lado, bien separados, los pensamientos, los procesos cognitivos, y los actos voluntarios, ‘vuestros comportamientos y conductas’, ya está todo resuelto. Todo está en su sitio, así que una vez aclarados estos dos aspectos de cada uno, y con los sentimientos bien embridados, todo va a ir bien.
Luego viene la realidad, con su insistencia, mostrando que ella no es así. Que será lo que queramos que sea, menos mentirosa. Así que está claro, entonces que los que nos engañamos somos nosotros, y esa es la verdad, lo que no es mentira.
Ni la conciencia es lo único psíquico, ni todo lo psíquico pasa por la conciencia. El inconsciente existe y no solo existe sino que es característica suya el insistir, y no solamente existe e insiste sino que además sobredetermina a la misma conciencia.
De las personas muy rígidas, estrictas y escrupulosas decimos que su Superyo, su moralidad, determina toda su conducta; y es verdad, pero esa coerción que ejerce su conciencia moral para dominar a sus tendencias instintivas está, a su vez, sobredeterminada por lo inconsciente. Y como de lo inconsciente quien se encarga es el psicoanálisis, sin psicoanálisis, esa persona no podrá no ser más que así, supermoral, so pena de descompensarse y contraer una neurosis más grave.
No se puede no contar con lo más importante de nuestra personalidad. Con lo que rige nuestros deseos y nuestra manera de desear, de pensar, y de relacionarnos con los demás. Tenemos tendencias inconscientes de las que no nos percatamos, porque su manera de expresarse es siempre por medio de un desplazamiento, por medio de un disfraz: un acto fallido, una repetición, un síntoma, una fantasía o un sueño. Siempre disfrazado, transformado en otra cosa, motivo por el cual, la única manera de descubrir su sentido y su íntima relación con la vida de las personas en las que surgen es por medio de la interpretación psicoanalítica.
En todos nosotros, se puede entender que, cuando dos personas se ponen a hablar son como mínimo cuatro. Uno sus deseos inconscientes y otro y sus deseos inconscientes de los que nada saben. Por lo tanto, cuando una pareja va a la consulta ya hay algún deseo de uno que está de acuerdo con algún deseo del otro y a partir de ahí, de ese ‘de acuerdo en algo’ se puede progresar, de común acuerdo.
Muchas veces los propios miembros de la pareja no saben en qué están de acuerdo, sienten que no quieren separarse, pero no saben como hacer para seguir unidos. Eso crea desasosiego, ansiedad y a veces hasta enfermedades, es como si anduvieran por un campo minado, desconociendo donde pueden ‘pisar’ un detonador.
El psicoanálisis nos enseña que donde hay miedo hay deseo. Es decir, que cuando ‘aparece’ ese miedo tiene una función concreta: ocultar un deseo. En otras palabras, ese miedo es un deseo disfrazado de miedo; es decir, el miedo es real, pero es una fachada, no se corresponde con lo que aparenta ser, por eso debe ser interpretado, para que deje de actuar desde lo oscuro de ese rincón del alma.
Es muy frecuente que lleguen parejas a consulta movidas por el deterioro comunicativo que se ha instalado entre ellos. Se quejan frecuentemente de que: ‘Ya casi no hablamos, porque en cuanto empezamos, nos ponemos a discutir’. ‘Hemos tenido nuestros problemas, como todo el mundo, pero hablábamos, sin embargo ahora, a la primera saltamos’ y ‘Nuestra intimidad se resiente’.
Muchas veces, esas parejas han recorrido, en el deseo de salvar su relación, varias consultas, donde les han dado una serie de técnicas para reducir la ansiedad que se les genera al enfrentar esas ‘situaciones de encuentro’ entre ellos, que terminan en desencuentro: Nunca interrumpir al otro hasta que haya terminado de hablar; contar hasta diez antes, para no contestarle al otro de mala manera; pensar antes dos veces lo que se va a decir, para que el otro no se lo tome mal, etc. Todo va bien durante un tiempo, un año, luego, recaen. Lo cual indica que muchas veces, muchas personas, psicólogas o no, siguen creyendo o se conforman aceptando que todo lo psíquico pasa por el tamiz de la consciencia, y por tanto, que basta con discernir lo afectivo de lo intelectual para que todo esté en su sitio, o sea, estando por un lado las percepciones, sensaciones, emociones, sentimientos (sobre todo ‘estar bien seguros de vuestros sentimientos, les han dicho), y por otro lado, bien separados, los pensamientos, los procesos cognitivos, y los actos voluntarios, ‘vuestros comportamientos y conductas’, ya está todo resuelto. Todo está en su sitio, así que una vez aclarados estos dos aspectos de cada uno, y con los sentimientos bien embridados, todo va a ir bien.
Luego viene la realidad, con su insistencia, mostrando que ella no es así. Que será lo que queramos que sea, menos mentirosa. Así que está claro, entonces que los que nos engañamos somos nosotros, y esa es la verdad, lo que no es mentira.
Ni la conciencia es lo único psíquico, ni todo lo psíquico pasa por la conciencia. El inconsciente existe y no solo existe sino que es característica suya el insistir, y no solamente existe e insiste sino que además sobredetermina a la misma conciencia.
De las personas muy rígidas, estrictas y escrupulosas decimos que su Superyo, su moralidad, determina toda su conducta; y es verdad, pero esa coerción que ejerce su conciencia moral para dominar a sus tendencias instintivas está, a su vez, sobredeterminada por lo inconsciente. Y como de lo inconsciente quien se encarga es el psicoanálisis, sin psicoanálisis, esa persona no podrá no ser más que así, supermoral, so pena de descompensarse y contraer una neurosis más grave.
No se puede no contar con lo más importante de nuestra personalidad. Con lo que rige nuestros deseos y nuestra manera de desear, de pensar, y de relacionarnos con los demás. Tenemos tendencias inconscientes de las que no nos percatamos, porque su manera de expresarse es siempre por medio de un desplazamiento, por medio de un disfraz: un acto fallido, una repetición, un síntoma, una fantasía o un sueño. Siempre disfrazado, transformado en otra cosa, motivo por el cual, la única manera de descubrir su sentido y su íntima relación con la vida de las personas en las que surgen es por medio de la interpretación psicoanalítica.
En todos nosotros, se puede entender que, cuando dos personas se ponen a hablar son como mínimo cuatro. Uno sus deseos inconscientes y otro y sus deseos inconscientes de los que nada saben. Por lo tanto, cuando una pareja va a la consulta ya hay algún deseo de uno que está de acuerdo con algún deseo del otro y a partir de ahí, de ese ‘de acuerdo en algo’ se puede progresar, de común acuerdo.
Muchas veces los propios miembros de la pareja no saben en qué están de acuerdo, sienten que no quieren separarse, pero no saben como hacer para seguir unidos. Eso crea desasosiego, ansiedad y a veces hasta enfermedades, es como si anduvieran por un campo minado, desconociendo donde pueden ‘pisar’ un detonador.
El psicoanálisis nos enseña que donde hay miedo hay deseo. Es decir, que cuando ‘aparece’ ese miedo tiene una función concreta: ocultar un deseo. En otras palabras, ese miedo es un deseo disfrazado de miedo; es decir, el miedo es real, pero es una fachada, no se corresponde con lo que aparenta ser, por eso debe ser interpretado, para que deje de actuar desde lo oscuro de ese rincón del alma.
Fobias
Fobias
Habíamos dicho que una fobia es una emoción o un sentimiento de temor desproporcionado frente a algo (una situación, persona, animal o cosa: ascensor, avión, plaza pública...) que habitualmente no es considerado como peligroso por los demás. Que prácticamente, cualquier cosa puede ser objeto de una fobia, pero nosotros, a lo que nos referimos cuando hablamos de fobias es al mecanismo implicado en esa enfermedad concreta de ese sujeto concreto.
Hay cosas que a todos, en algún momento de nuestra vida, nos pueden llegar a intranquilizar o producir miedo, son los temores de toda la vida, aquellos que debieron sentir nuestros antepasados en tiempos ancestrales: el temor a la oscuridad de la noche, a las serpientes, a las arañas, ratas, tormentas... a esas cosas que en su momento, con razón, se debían temer mientras dormían a oscuras en la cueva, hasta que aprendieron a hacer fuego y usarlo como luz. Esos temores en su tiempo estuvieron plenamente justificados.
Hay padecimientos por traumatismo psíquico que pueden considerarse como de tipo fóbico; han sido adquiridos más o menos recientemente y además han sido lo suficientemente traumáticos, como para dejar como secuelas psíquicas, el temor a que vuelva a repetirse la situación, o la imposibilidad de olvidarse de ello, tal es el caso de desastres naturales, actos de violencia, accidentes de automóvil, etc., en estos casos ‘comprendemos’ la motivación del trauma, porque manifiestamente la hay. Estos casos tienen tratamiento muy específico, y en relativamente poco tiempo se pueden superar. Pero hay otros casos que confunden al observador: se hacen pasar por fobias, pero no son fobias, por eso no responden adecuadamente al tratamiento. Son muchas las personas que cuando se les pregunta por ‘su fobia’ por ciertos animales, con los que se tiene una relación más o menos infrecuente, como pueden ser las cucarachas, las ratas, las arañas, aves como las gallinas, etc., responden muy exactamente que con eso ‘no pueden’, que sienten ‘un asco terrible’. Esto es muy importante, esa diferenciación concretamente, puede y suele indicar que no se trata en absoluto de una fobia, sino de otro tipo de afección, y precisamente el asco es el sentimiento predominante en la histeria. Esto es muy importante. En una auténtica fobia, real, el sujeto no dirá nunca, que viene a tratarse del asco que siente por los caballos, los perros, los ascensores, los barcos o aviones, puesto que el afecto predominante en esos casos, no es el asco sino la angustia; y todas las prevenciones, las precauciones y las restricciones que se impone el sujeto con una fobia, son justamente para evitar el ataque de angustia.
Cuando el individuo padece agorafobia [ o / y ] claustrofobia, a las plazas públicas, a las calles amplias o simplemente a la calle, a un ascensor, una habitación sin ventana... y no sale de casa o no sale jamás sin compañía es para evitar el ataque de angustia, las palpitaciones, la sudoración, la respiración acelerada, la presión en el pecho, la sensación de morirse allí mismo o el miedo a volverse loco/a... es para evitar que se produzca ese mecanismo que ‘salta automáticamente’.
Las fobias pueden ser muy incapacitantes para el que las padece, y muy molestas para quienes les rodean; a veces, cuando el padeciente no puede salir de casa, no puede trabajar para ganarse su sustento, de manera que queda en total dependencia económica. Los fóbicos sin tratar, cada vez limitan más su actividad cotidiana, y para evitar el contacto con el objeto fóbico que sea, desarrollan todo una serie de conductas de evitación o precaución que los va encerrando dentro de una muralla cada vez más limitada. El fóbico, en general, tiene miedo a las personas, evita el contacto con los otros, lo cual limita su vida social de manera muy importante.
El psicoanálisis ha demostrado que: Cuando el miedo no está en su lugar se teme a todo. Pueden ver en la psicoterapia de casos de todo tipo, descritos en la experiencia de Freud, que el miedo ese del que hablamos, no es a los ascensores o a los espacios abiertos o a ir por la calle sin la compañía de alguien de confianza, que ahí es, únicamente, donde se pone de manifiesto, porque en realidad, en la realidad real, el miedo se ha desplazado de lugar. Se ha producido un desplazamiento desde el lugar inicial donde surgió y donde ese sentimiento estaba justificado, a otro lugar, a otra cosa, que es donde aparece, donde aparenta ser, por eso aparece como injustificado, como irracional (temo que me muerda un caballo). Este es el motivo por el cual las fobias no desaparecen por muy buenas que sean las razones que traten de convencer al fóbico de lo injustificado de su temor y lo inadecuado o extravagante de su conducta, pero tampoco prescribiéndole las más novedosas medicaciones, porque las fobias son reflejo de otra cosa.
El síntoma de la fobia, pone en acto una escena, representa a algo que en la realidad real corresponde, a otra obra, con la que sin duda tiene relación. Esta relación para el padeciente permanece inconsciente. De ahí que Freud, precisamente indicara que para llegar a solucionar el padecimiento del fóbico, había que empezar, por hallar el sentido de ese síntoma y su lugar en la vida psíquica de esa persona concreta, porque el objeto elegido, o sea, la cosa o situación elegida, para la fobia, no es arbitrario, no es un objeto cualquiera, está en relación íntima con la historia personal del fóbico.
Por eso, el proceso terapéutico, no puede no pasar por la palabra. El sujeto, que desea curarse, al hacerse paciente, va, hablando con su terapeuta, viendo, en lo que va diciendo o contando o confesándose a sí mismo, ante otro el terapeuta, en una relación transferencial, aspectos desconocidos de él mismo para él mismo, porque son inconscientes, y según esos determinantes inconscientes van dejando de serlo, van dejando de condicionar su vida, y va pudiendo ir viviendo la vida que ahora sí, puede ir queriendo vivir.
Habíamos dicho que una fobia es una emoción o un sentimiento de temor desproporcionado frente a algo (una situación, persona, animal o cosa: ascensor, avión, plaza pública...) que habitualmente no es considerado como peligroso por los demás. Que prácticamente, cualquier cosa puede ser objeto de una fobia, pero nosotros, a lo que nos referimos cuando hablamos de fobias es al mecanismo implicado en esa enfermedad concreta de ese sujeto concreto.
Hay cosas que a todos, en algún momento de nuestra vida, nos pueden llegar a intranquilizar o producir miedo, son los temores de toda la vida, aquellos que debieron sentir nuestros antepasados en tiempos ancestrales: el temor a la oscuridad de la noche, a las serpientes, a las arañas, ratas, tormentas... a esas cosas que en su momento, con razón, se debían temer mientras dormían a oscuras en la cueva, hasta que aprendieron a hacer fuego y usarlo como luz. Esos temores en su tiempo estuvieron plenamente justificados.
Hay padecimientos por traumatismo psíquico que pueden considerarse como de tipo fóbico; han sido adquiridos más o menos recientemente y además han sido lo suficientemente traumáticos, como para dejar como secuelas psíquicas, el temor a que vuelva a repetirse la situación, o la imposibilidad de olvidarse de ello, tal es el caso de desastres naturales, actos de violencia, accidentes de automóvil, etc., en estos casos ‘comprendemos’ la motivación del trauma, porque manifiestamente la hay. Estos casos tienen tratamiento muy específico, y en relativamente poco tiempo se pueden superar. Pero hay otros casos que confunden al observador: se hacen pasar por fobias, pero no son fobias, por eso no responden adecuadamente al tratamiento. Son muchas las personas que cuando se les pregunta por ‘su fobia’ por ciertos animales, con los que se tiene una relación más o menos infrecuente, como pueden ser las cucarachas, las ratas, las arañas, aves como las gallinas, etc., responden muy exactamente que con eso ‘no pueden’, que sienten ‘un asco terrible’. Esto es muy importante, esa diferenciación concretamente, puede y suele indicar que no se trata en absoluto de una fobia, sino de otro tipo de afección, y precisamente el asco es el sentimiento predominante en la histeria. Esto es muy importante. En una auténtica fobia, real, el sujeto no dirá nunca, que viene a tratarse del asco que siente por los caballos, los perros, los ascensores, los barcos o aviones, puesto que el afecto predominante en esos casos, no es el asco sino la angustia; y todas las prevenciones, las precauciones y las restricciones que se impone el sujeto con una fobia, son justamente para evitar el ataque de angustia.
Cuando el individuo padece agorafobia [ o / y ] claustrofobia, a las plazas públicas, a las calles amplias o simplemente a la calle, a un ascensor, una habitación sin ventana... y no sale de casa o no sale jamás sin compañía es para evitar el ataque de angustia, las palpitaciones, la sudoración, la respiración acelerada, la presión en el pecho, la sensación de morirse allí mismo o el miedo a volverse loco/a... es para evitar que se produzca ese mecanismo que ‘salta automáticamente’.
Las fobias pueden ser muy incapacitantes para el que las padece, y muy molestas para quienes les rodean; a veces, cuando el padeciente no puede salir de casa, no puede trabajar para ganarse su sustento, de manera que queda en total dependencia económica. Los fóbicos sin tratar, cada vez limitan más su actividad cotidiana, y para evitar el contacto con el objeto fóbico que sea, desarrollan todo una serie de conductas de evitación o precaución que los va encerrando dentro de una muralla cada vez más limitada. El fóbico, en general, tiene miedo a las personas, evita el contacto con los otros, lo cual limita su vida social de manera muy importante.
El psicoanálisis ha demostrado que: Cuando el miedo no está en su lugar se teme a todo. Pueden ver en la psicoterapia de casos de todo tipo, descritos en la experiencia de Freud, que el miedo ese del que hablamos, no es a los ascensores o a los espacios abiertos o a ir por la calle sin la compañía de alguien de confianza, que ahí es, únicamente, donde se pone de manifiesto, porque en realidad, en la realidad real, el miedo se ha desplazado de lugar. Se ha producido un desplazamiento desde el lugar inicial donde surgió y donde ese sentimiento estaba justificado, a otro lugar, a otra cosa, que es donde aparece, donde aparenta ser, por eso aparece como injustificado, como irracional (temo que me muerda un caballo). Este es el motivo por el cual las fobias no desaparecen por muy buenas que sean las razones que traten de convencer al fóbico de lo injustificado de su temor y lo inadecuado o extravagante de su conducta, pero tampoco prescribiéndole las más novedosas medicaciones, porque las fobias son reflejo de otra cosa.
El síntoma de la fobia, pone en acto una escena, representa a algo que en la realidad real corresponde, a otra obra, con la que sin duda tiene relación. Esta relación para el padeciente permanece inconsciente. De ahí que Freud, precisamente indicara que para llegar a solucionar el padecimiento del fóbico, había que empezar, por hallar el sentido de ese síntoma y su lugar en la vida psíquica de esa persona concreta, porque el objeto elegido, o sea, la cosa o situación elegida, para la fobia, no es arbitrario, no es un objeto cualquiera, está en relación íntima con la historia personal del fóbico.
Por eso, el proceso terapéutico, no puede no pasar por la palabra. El sujeto, que desea curarse, al hacerse paciente, va, hablando con su terapeuta, viendo, en lo que va diciendo o contando o confesándose a sí mismo, ante otro el terapeuta, en una relación transferencial, aspectos desconocidos de él mismo para él mismo, porque son inconscientes, y según esos determinantes inconscientes van dejando de serlo, van dejando de condicionar su vida, y va pudiendo ir viviendo la vida que ahora sí, puede ir queriendo vivir.
jueves, 12 de enero de 2012
Imposible
Imposible
No podemos hacernos a la idea de que no nos quieran. No podemos hacernos a la idea de que nos quieran perder. No podemos hacernos a la idea de que nos no nos quieran ver más, de que nos quieran perder de vista. No podemos hacernos a la idea de que hayamos muerto para alguien, de que para alguien lo estemos simbólicamente. No podemos hacernos a la idea de perdernos nosotros mismos. Sencillamente no podemos.
Nuestro narcisismo no está preparado para ello. Con nuestro narcisismo, con el narcisismo, no podemos acabar por que es estructural, (forma parte de la estructura de nuestra personalidad), podemos legislar el narcisismo, pero no liquidarlo. No es posible conservar la vida sin un cierto amor por nosotros mismos.
Y sin embargo, es fácil habituarnos a perder, nos acostumbramos, y muchas, muchas veces nos es más fácil perder que ganar. Soportamos mejor el fracaso que el éxito. Sentimos que nos cuesta menos seguir igual que cambiar, que crecer. Quizá porque ya nacemos en pérdida. De la muerte venimos, a la muerte nos dirigimos y por el solo hecho de nacer ya somos deudores naturales de nuestra propia muerte. A perder, a fracasar, estamos acostumbrados, a que nos pierdan no, a que nos sustituyan, no. Es para nosotros impensable, nos sentimos insustituibles. No podemos pensar el mundo, nuestro pequeño mundo, sin nosotros en él. ¿Cómo encajar que ya no nos quieren? ¿Cómo encajar que otro nos ha borrado de ese mundo, que ha sido 'nuestro mundo', y que ya no tenemos cabida en ese mundo?
Muchas personas caen en depresión ante situaciones como estas. Se identifican con el objeto perdido, o sea con quien los perdió, y en esa identificación se maltratan y se hacen sufrir a sí mismos, porque se toman como al otro, o sea, se identifican con el oytro, una manera de negar lo perdido. No somos sencillos, en absoluto. Lo perdido, a primera vista, una relación, una pareja, un ideal, tampoco es solamente eso, una relación, una pareja, un ideal, también es lo que conllevaba, aquello que formaba parte del ‘pack’.
¿Por qué desconfiar de los demás, si todo el mundo es bueno?...
¡¿Qué tu pareja no te quiere?, Pues, ya sabes, -te dicen- Chica olvídate. Un clavo saca a otro clavo!
La sabiduría popular acierta con el consejo, como casi siempre, pues en verdad, la solución es sustituir... Pero la dificultad está en el cómo hacerlo. Yo recomiendo el psicoanálisis porque enseña como ir pudiendo, sin necesidad de enfermarse de depresión, de melancolía o cualquier otra enfermedad que a uno inconscientemente se le pueda ocurrir (digo inconscientemente, porque el razonamiento inconsciente, si lo hubiera, sería del estilo de: ¿Ves esto que me pasa?, pues es por tu culpa; es decir, que la finalidad es culpabilizar al otro, pero sufriendo uno. Así pues decía que ayuda a que el doliente en vez de quedarse lamiéndose las heridas, vaya recuperando su propio amor, ese amor que depositó (proyectándolo como atribuciones, como atributos) en el objeto perdido. ¿Para qué? Para que una vez recuperado de ese estancamiento, y vuelto a su ser social, pueda ser puesto de nuevo en movimiento, en circulación. Y es que la pérdida y lo perdido, no tienen por qué ni ser lo mismo ni coincidir.
No podemos hacernos a la idea de que no nos quieran. No podemos hacernos a la idea de que nos quieran perder. No podemos hacernos a la idea de que nos no nos quieran ver más, de que nos quieran perder de vista. No podemos hacernos a la idea de que hayamos muerto para alguien, de que para alguien lo estemos simbólicamente. No podemos hacernos a la idea de perdernos nosotros mismos. Sencillamente no podemos.
Nuestro narcisismo no está preparado para ello. Con nuestro narcisismo, con el narcisismo, no podemos acabar por que es estructural, (forma parte de la estructura de nuestra personalidad), podemos legislar el narcisismo, pero no liquidarlo. No es posible conservar la vida sin un cierto amor por nosotros mismos.
Y sin embargo, es fácil habituarnos a perder, nos acostumbramos, y muchas, muchas veces nos es más fácil perder que ganar. Soportamos mejor el fracaso que el éxito. Sentimos que nos cuesta menos seguir igual que cambiar, que crecer. Quizá porque ya nacemos en pérdida. De la muerte venimos, a la muerte nos dirigimos y por el solo hecho de nacer ya somos deudores naturales de nuestra propia muerte. A perder, a fracasar, estamos acostumbrados, a que nos pierdan no, a que nos sustituyan, no. Es para nosotros impensable, nos sentimos insustituibles. No podemos pensar el mundo, nuestro pequeño mundo, sin nosotros en él. ¿Cómo encajar que ya no nos quieren? ¿Cómo encajar que otro nos ha borrado de ese mundo, que ha sido 'nuestro mundo', y que ya no tenemos cabida en ese mundo?
Muchas personas caen en depresión ante situaciones como estas. Se identifican con el objeto perdido, o sea con quien los perdió, y en esa identificación se maltratan y se hacen sufrir a sí mismos, porque se toman como al otro, o sea, se identifican con el oytro, una manera de negar lo perdido. No somos sencillos, en absoluto. Lo perdido, a primera vista, una relación, una pareja, un ideal, tampoco es solamente eso, una relación, una pareja, un ideal, también es lo que conllevaba, aquello que formaba parte del ‘pack’.
¿Por qué desconfiar de los demás, si todo el mundo es bueno?...
¡¿Qué tu pareja no te quiere?, Pues, ya sabes, -te dicen- Chica olvídate. Un clavo saca a otro clavo!
La sabiduría popular acierta con el consejo, como casi siempre, pues en verdad, la solución es sustituir... Pero la dificultad está en el cómo hacerlo. Yo recomiendo el psicoanálisis porque enseña como ir pudiendo, sin necesidad de enfermarse de depresión, de melancolía o cualquier otra enfermedad que a uno inconscientemente se le pueda ocurrir (digo inconscientemente, porque el razonamiento inconsciente, si lo hubiera, sería del estilo de: ¿Ves esto que me pasa?, pues es por tu culpa; es decir, que la finalidad es culpabilizar al otro, pero sufriendo uno. Así pues decía que ayuda a que el doliente en vez de quedarse lamiéndose las heridas, vaya recuperando su propio amor, ese amor que depositó (proyectándolo como atribuciones, como atributos) en el objeto perdido. ¿Para qué? Para que una vez recuperado de ese estancamiento, y vuelto a su ser social, pueda ser puesto de nuevo en movimiento, en circulación. Y es que la pérdida y lo perdido, no tienen por qué ni ser lo mismo ni coincidir.
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