martes, 26 de marzo de 2013

Mi querida resistencia.


Mi querida resistencia.
Se dice mal de muchos consuelo de idiotas, o de tontos; pues bien. 
Pero ¿y si en vez de ser de muchos, es de todos, sin excepción? ¿Y si nos pasa a todos?
¿Todos somos idiotas? ¿Yo soy idiota, también?
Vamos a ver. Si es de todos ese mal y ese mal de todos al que me refiero, se circunscribe a los que tenemos en común, que hablamos, y los que hablamos somos humanos y nadie más que nosotros los humanos habla. Entonces, ¿somos idiotas por hablar o somos humanos?. Para mí, no es una pregunta fácil, porque entra en juego la dialéctica entre el poder ─poder hablar, poder no hablar, no poder hablar─ y el deber ─deber hablar, no deber hablar, deber no hablar─. No voy a entrar a responderla, por el momento, la dejo ahí.
Cuando se le dice al analizante, o al paciente si se prefiere, hable, ve uno que a veces, algo se lo impide. Ese algo puede ser, muchas cosas, una idea molesta, para él o ella, una situación incómoda o hasta dolorosa, porque va asociada a un sentimiento tan penoso que a veces, la persona no quiere recordarlo, puede también ser algo que avergüenza profundamente a la persona, algún deseo o sensación que no considera apropiado, y que no quiere, aunque lo conozca perfectamente, mencionarlo, ni sacar el tema, y esto puede ser desde un adjetivo  hasta un nombre propio, porque está relacionado con alguien o con algo que no se puede soportar, o que no se quiere que se note que no se puede apartar del  pensamiento, y la persona piensa: si empiezo no paro, así que mejor no empezar...; esa imagen, y una palabra es una imagen verbal, está cargada de sentido, pero de un único sentido para él o para ella, que la voluntad unas veces, y otras la conciencia no tolera y por ese motivo ha sido excluida de las posibilidades expresivas o comunicativas de esa persona. Hay muchas posibilidades y muchas causas pueden producir un mismo efecto: no pronunciar eso que no se pronuncia, eludirlo, ignorarlo, renegar de ello, y hasta reprimirlo (esto no quita que haya un tipo de represión que sea necesaria, imprescindible, para poder convivir con los demás).
En estos casos a los que me refiero, en general, en los tratamientos, decimos simplemente que hay una resistencia, que uno se resiste o que está bajo el efecto de una resistencia. Esta resistencia puede ser consciente, como cuando uno dice No, no, es que no quiero acordarme... pero puede ser también que a uno le pase y no se de cuenta. En esos casos el que se percata es que lo observa, por que hay una repetición, hay una pauta que se repite: empiezo a hablar de algo, a desarrollarlo y cuando estoy al borde de llegar al descubrimiento de lo que me interesa, ...una detención, un giro, una interrupción, una desviación, me lo impide, y otra vez vuelta a empezar o lo que sea, en definitiva: lo he interrumpido. 
Ese insistir en la repetición de la interrupción, ya puede ser un síntoma, puede no ser por mi deseo consciente, si no porque está actuando una resistencia en mí: mi deseo de mantener otro deseo, pero anterior. Me resisto a desvelar, o desvelarme a mi mismo, una verdad, actual, sobre mí mismo, que seguramente tendría algún efecto en mí, no se cual (o cuales), pero me resisto a ello.
Es muy frecuente, que el otro, que está en otra situación, diga, cuando uno aconseja algo (aunque sea de buena fe): te tenía que pasar a ti, para que supieras lo que es. Evidentemente es una frase hecha, un comodín para lo que sea, porque nadie le dice a su cardiólogo poco antes de entrar al quirófano... te tendrías que infartar tú, para que supieras lo mal que se pasa...¿O sí? ¿A alguien le gustaría que su cirujano tuviera un accidente cardiovascular cuando le está operando a uno mismo? 
¿Un mal de muchos consuela a alguien, realmente? Podría preguntarse ¿Pero y si nos pasa a los dos lo mismo, no nos consolaría? No. Cada uno vive sus cosas a su manera, con sus características, aunque el mecanismo sea el mismo. Lo que a uno puede servirle, puede no servirle a otro, y generalmente ocurre así. Una experiencia, buena o mala, se queda en eso, en experiencia, si no hay aprendizaje de lo que se cuenta de esa experiencia, se queda como recuerdo y además como recuerdo coloreado por los sentimientos y con el pasar del tiempo, se modifica, tanto hacia la extinción como hacia el lado contrario, la exaltación, digamos. La experiencia, lo que se suelen llamar las vivencias, hay que transformarla en aprendizaje, han de pasar por la palabra, y el jugo de ese aprendizaje, esa síntesis realizada, ya ha modificado 'lo que dije que fue' y eso ya no tiene por qué ser ni amargo ni dulce, como pudo serlo la rememoración de la experiencia. 
La experiencia no se le puede transmitir a nadie y nadie puede aprender por otro. Nadie puede aprender a un ritmo que no sea el suyo, ni aprender aquello en lo que no está interesado, a no ser por un corto periodo de tiempo, luego se olvida. Por eso cada uno, porque cada persona es absolutamente única. Hay un lenguaje común pero cada uno tiene su hablar, peculiar, personal, su manera particular de haberlo aprendido y usarlo. Con sus aspectos casi conscientes, sus aspectos conscientes del todo, sus censuras, sus rodeos, sus resistencias y sus aspectos por completo inconscientes. No hay dos  pensamientos personales  iguales, cada uno es particular. Para tratar con esa particularidad, con esa parte de la personalidad inconsciente de cada uno, uno necesita al Otro y al otro, pero a un otro bien especializado. Uno solo no puede. Es imposible darse cuenta de las medallas que uno, sin querer, se cuelga; (yo nunca haría eso; yo siempre...,  medallas)
Todos tenemos resistencias. Nos resistimos, realmente, a todo, para ser siempre los mismos, nos empeñamos en no creernos que solos no podemos, nos empeñamos en que 'podemos solos', y solos empeñamos la vida, nuestra vida en algo imposible, ser siempre los mismos: Yo soy el de siempre. Nos resistimos. Todos, unos más que otros. Me resisto al darle al otro su tiempo... porque me resisto a aceptar primero y a tolerar después que hay otro: otro ritmo, además del mío, que también existe el ritmo del otro, por eso quiero que se cure más deprisa, más rápido, y si tarda yo le apremio... Pero si está claro... si está claro que es mi narcisismo. Pero cuando uno se da cuenta luego, uno puede aprender, y entonces tolerar que una cuestión puede estar superclara para uno y para otro no estar nada claro, por qué está tan clara para el otro.
Todo se aprende. A tener paciencia también. A no creer que el tiempo le pertenece a uno, también. A esperar sin angustiarse también. Y precisamente en algunas profesiones, es fundamental, para que el otro pueda ir situándose,  colocándose mejor de cara a la vida, que es su vida. Hay que permitir  crecer a los demás, al ritmo que le corresponde a cada uno, a su tiempo. Hay que aprender que cuanto más se corre o se pretende correr ese mismo apresuramiento impide ver donde se está y donde está el otro, que si al otro le meto prisa en vez de acelerar, en realidad puede colapsarse, interrumpir un proceso, o tropezar, para producir la detención. Hay una resistencia cuando sin que yo me de cuente otro deseo en mí, se opone, obstaculiza mi propósito. 
Todo el mundo se resiste, yo también me resisto cada vez, porque cada vez que aprendo algo que no sabía, y que me va a impedir dudar sobre esa cuestión, ya no lo voy a poder usar como excusa, es que, ese nuevo saber, no es que me vaya a condicionar a tener que decidir sobre algo que me afecta, mi posición en la vida, en mi vida, es que me cambia de sitio, me coloca en otro lugar, nuevo. 
Así que si entonces me pongo a pensar: Vaya tengo que eligir: ¿soy idiota o tengo inconsciente? ¿En que fila me pongo?... es que me estoy resistiendo, estoy reprimiendo, censurando mi nuevo saber, mi saber real inconsciente, porque inconscientemente lo se.