Aunque lo latente no es lo inconsciente, lo latente no es ninguna tontería.
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Hay una hostilidad inconsciente, en la enfermedad, que de no contar con ella, de
no analizarla, nos mata. La hostilidad, digámoslo de una vez por todas,
es instinto de muerte. Pulsión de destrucción, como si quieren llamarlo
Tánatos, en contraposición a Eros, me da lo mismo. Es hostilidad y
lo que lo acompaña, odio, deseo de muerte.
El cine, en una película llamada Alien, lo explicaba de una forma
sorprendentemente gráfica. El Alien era tan hostil que su sangre era ácido,
de modo que al ser herido las gotas que de la herida manaban perforaban
todo lo que se ponía a su paso, la mesa camilla en la que habían
depositado su cuerpo y hasta el suelo de la enfermería para llegar al piso
Hostilidad. Peligro de muerte y goce de destruir. Goce, muerte y deseo
inconsciente, bonita mezcla. Gozo con mis malos deseos, aunque no lo sepa.
Si mi amor no puede controlar mi odio, y este no encuentra un exutorio,
una salida, me envenena.
Gana por dentro y como el ácido del Alien, corroe todo lo que se le ponga
por delante, ajeno o propio. Cegado por el odio, tiende a los comienzos, a lo que
en un principio fue nada, muerte. La muerte de la que venimos.
La propia muerte es un irrepresentable. Podemos imaginarnos muertos, y así
nos vemos desde fuera, o sea, hemos puesto nuestra vida en otro lugar, y desde
para dar expresión a esos pensamientos que nacen de deseos inconscientes.
Todo hemos tenido que trabajarlo, que traducirlos de las ideas latentes que
Todo eso para poder expresarse. Siendo así el grado de deformación con que se
es instinto de muerte. Pulsión de destrucción, como si quieren llamarlo
Tánatos, en contraposición a Eros, me da lo mismo. Es hostilidad y
lo que lo acompaña, odio, deseo de muerte.
El cine, en una película llamada Alien, lo explicaba de una forma
sorprendentemente gráfica. El Alien era tan hostil que su sangre era ácido,
de modo que al ser herido las gotas que de la herida manaban perforaban
todo lo que se ponía a su paso, la mesa camilla en la que habían
depositado su cuerpo y hasta el suelo de la enfermería para llegar al piso
inferior.
Hostilidad. Peligro de muerte y goce de destruir. Goce, muerte y deseo
inconsciente, bonita mezcla. Gozo con mis malos deseos, aunque no lo sepa.
Si mi amor no puede controlar mi odio, y este no encuentra un exutorio,
una salida, me envenena.
Gana por dentro y como el ácido del Alien, corroe todo lo que se le ponga
por delante, ajeno o propio. Cegado por el odio, tiende a los comienzos, a lo que
en un principio fue nada, muerte. La muerte de la que venimos.
La propia muerte es un irrepresentable. Podemos imaginarnos muertos, y así
nos vemos desde fuera, o sea, hemos puesto nuestra vida en otro lugar, y desde
ahí contemplamos un cuerpo sin vida, que es nuestro propio cuerpo como ajeno
a nosotros mismos. (No soy yo, es mi cuerpo)
Si no veo la muerte la muerte no me ve a mí (la fantasía de la reciprocidad).
Vemos al muerto, pero la muerte se intuye, se huele, se vive en otro,
porque la muerte de otro me recuerda la mía, mi propia mortalidad.
Bergman nos regaló un Séptimo sello y nos ofreció una representación
hominizadísima de 'lo que no es un ser', jugando una partidita de ajedrez
con un ser humano, que en su ambición pretende derrotarla.
Un ser humano juega con la muerte su muerte. Es una película.
Freud, llamó la atención a la humanidad entera, a los dispuestos a enterarse)
a nosotros mismos. (No soy yo, es mi cuerpo)
Si no veo la muerte la muerte no me ve a mí (la fantasía de la reciprocidad).
Vemos al muerto, pero la muerte se intuye, se huele, se vive en otro,
porque la muerte de otro me recuerda la mía, mi propia mortalidad.
Bergman nos regaló un Séptimo sello y nos ofreció una representación
hominizadísima de 'lo que no es un ser', jugando una partidita de ajedrez
con un ser humano, que en su ambición pretende derrotarla.
Un ser humano juega con la muerte su muerte. Es una película.
Freud, llamó la atención a la humanidad entera, a los dispuestos a enterarse)
sobre lo que vemos y lo que no vemos. Y nos advirtió, con más de trescientas
páginas contundentes, (la interpretación de los sueños) que una cosa era lo que
soñábamos, que no nos interesaba, otra, lo que contábamos haber soñado, que es l
o que nos interesa, lo manifiesto, lo contado, ese es el jeroglífico a descifrar, ese
era 'el texto sagrado', de lo que tenemos que partir para investigar lo que
decimos que hemos soñado, el relato del sueño, desde ahí se empieza a
descifrar, a desdisfrazar lo que se quiere decir con eso que se contó, que se
sirvió de algunas ideas latentes (que hubo que descubrir previamente)
para dar expresión a esos pensamientos que nacen de deseos inconscientes.
Todo hemos tenido que trabajarlo, que traducirlos de las ideas latentes que
hemos descubierto y que no estaban a la vista, pero que había ahí trabajando y
siendo trabajadas por los mecanismos psíquicos, inconscientes también.
Todo eso para poder expresarse. Siendo así el grado de deformación con que se
se expresa un sueño simple, ¿nos extrañamos de que por ejemplo el odio pueda
encontrar una justa expresión encubierta en una exagerada ternura angustiada?
Eso es lo latente, pensamientos o ideas latentes. Lo que espera una ocasión ‘favorable’ para poder expresarse. Y desde que hay psicoanálisis una oportunidad para que lo que actúa desde el sometimiento moral de la censura y
la represión pueda acceder con los trámites adecuados al procesamiento normal
de la conciencia, y pueda ser pensado sin la culpabilidad que rodea a todo lo
inconsciente, eso es lo que ofrece el psicoanálisis al hombre... poder pensar un
futuro, y tenerlo, sin que esté dirigido desde el pasado, desde lo inconsciente
reprimido.
Porque el psicoanálisis 'piensa' que: Todas las fuerzas que se pusieron en juego
para provocar 'la enfermedad', son las mismas fuerzas que actuarán en la
curación de las mismas, aunque sean afecciones corporales.